domingo, 12 de abril de 2009

Mi vida sin mí


La protagonista de esta película, Ann (la chica Egoyan Sarah Polley) cuando le anuncian que tiene un cáncer terminal y que le quedan dos, a lo sumo tres meses de vida hace una llista con cosas que quiere hacer antes de morir. Ella titula a su lista “Diez cosas para hacer antes de morir”, y se dispone a morir con la mayor dignidad posible. Pero hay algo que puede contrariar a los espectadores: la protagonista decide no contar nada de su enfermedad a sus seres queridos: madre, esposo, hijas, compañeras de trabajo. ¿Egoísmo? ¿Grandeza (la de sobrellevar la cruz sin molestar a nadie)? Está bien que la película no exhiba –o induzca– una opinión al respecto; estará en nosotros resolver el enigma en la medida en que avance la proyección.

Si la decisión de Ann es polémica, las que tomó Isabel Coixet no lo son en absoluto. Eligió un camino sin golpes bajos y optó por contar una historia sobre la muerte desde el deseo de sentirse más viva que nunca de la protagonista: entre las diez cosas de su lista, por ejemplo, se pregunta cómo será hacer el amor con otro hombre, ya que con el único que lo hizo es con su marido, del que quedó embarazada a los 17. Con sutileza, la película habla de aprender a vivir, aun cuando se está a punto de morir.

También cuenta como Ann deja unos casetes de audio con mensajes para los futuros cumpleaños de sus dos hijas pequeñas. Lo hace desde una deliciosa naturalidad.
El productor de esta película es Pedro Almodóvar, y su mano se nota en cuestiones como la exquisita banda sonora que incluye “Senza Fine”, de Gino Paoli, y “Qué emoción”.
Por el lado del elenco, Sarah Polley demuestra una sobriedad extrema, que le permite esquivar los histrionismos facilistas. Otro que está muy bien (en uno de sus típicos papeles conflictuados) es Mark Ruffalo como Lee, el topógrafo que se enamora de Ann. Y por allí aparecen Debbie Harry, la legendaria cantante de Blondie, como la madre de la protagonista, y Alfred Molina en el rol del padre convicto que tiene un breve y emotivo reencuentro con su hija.

También encontramos dos veteranas de Tiempos violentos, María de Medeiros y Amanda Plummer, tienen a su cargo los únicos roles caricaturescos de Mi vida sin mí. Claro que estas caricaturas de seres humanos (Medeiros como una peluquera fanática de ese dúo que hacía playback llamado Milli Vanilli; Plummer como una enferma por las dietas) sirven para reflejar la moraleja final: cómo nos rodeamos de cosas insignificantes y ridículas… mientras nos olvidamos de vivir. Hay cierto absurdo, y desde luego gracia, en la contraposición de los dramas que viven los personajes.

Si Mi vida sin mí no termina de ser redonda es porque Coixet no resignó la tentación de detenerse demasiado en el después de Ann. Lo que la llevó a cerrar el paquete con un moño muy vistoso, pero también forzado, como el que viene de la mano del romance entre… bueno, mejor no cuento más.

Aquí tenemos, pues, una película que presenta varios momentos de interés, que esquiva las recargas dramáticas y que parece haber sido escrita –y realizada– con mucha paz…

Coixet filmó la muerte, o a partir de la muerte, pero logró su cometido: hablar de la vida.

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